lunes, 17 de enero de 2011

Colofonia

-Me voy con el circo, ¡voy a trabajar en el circo!

Así fue como lo decidí, solo salió de mi boca la frase y empecé a hacer mis maletas, me uniría al circo de acróbatas que esa tarde llegaba a Cracovia. No había vuelta atrás, ni mi padre, con sus 112 Kg de musculatura, lograría impedir mi partida.

Podría pensarse que tener 16 años y viajar por el mundo sería lo más divertido, pero una vez en el tren - literalmente- las cosas son distintas. Pasé dos años viajando, de ciudad en ciudad, de espectáculo en espectáculo... de vida en vida. Cada lugar, vida nueva. Los acróbatas, músicos, productores, vestuaristas, maquilladores y entrenadores rotaban constantemente... y yo seguía ahí, a los 18 ya me sentía una vieja. Mi lenguaje ya no era bocalmente articulado, mi cuerpo hablaba por mí, mis ojos veían lo que debía hacer para la presentación y mis extremidades lo copiaban. Hablaba con pocos porque no lográbamos entendernos, me comunicaba con sonrisas, ademanes y reverencias. Con gracia, siempre con mucha gracia.

En uno de mis pocos días libres, estando en París, decidí ir a ver el show de otro circo. Al entrar los colores me dejaron maravillada, las luces crearon universos paralelos en mi mente, la música vibró por todo mi cuerpo. Una decisión nueva fue pronunciada por mis labios: Me uniré a este circo.

No sabía cómo hacer, la seguridad hacía que hablar con alguna persona de la organización fuera imposible. Así que decidí quedarme en París, no montarme en el siguiente tren rumbo a Alemania y buscar la manera de formar parte de ese nuevo mundo.

Con los ahorros que tenía alquilé una habitación en un hotel cerca de la estación más próxima donde se encontraban las instalaciones base del circo. Era de ahí, de París. Comí bien, me di la oportunidad de conocer la ciudad, de perfeccionar el francés (una amiga del circo me había estado enseñando) y de conseguir un trabajo en una galería de arte. Un día yendo a la galería vi en las paredes del metro una convocatoria a las audiciones para el Circo. ¡No podía creerlo!

Fui seleccionada, la verdad es que no se me hizo difícil, no estaba nerviosa, sentí como si estuviera ensayando en casa. En 2 semanas más ya me encontraba sentada en un avión (mi primera vez en uno) rumbo a Barcelona. Todos esos días previos habíamos practicado, había conocido gente nueva... mi vestuario era increíble, tenía mucho brillo, distintos colores que se mezclaban con las luces del show.

Una de las cosas maravillosas de este nuevo circo es que la música era interpretada en vivo, no como en el anterior, que teníamos 20 discos que se repetían una y otra vez con el pasar de los meses. No me había dado la oportunidad de conocer a los músicos, ¡es que éramos tantos!, pero una tarde en el almuerzo me senté con ellos. Estaba acostumbrada a no hablar sino a esperar reconocer alguna lengua que pudiera hablar, o al menos entender. No pude entender nada, pero nos sonreímos todos, fueron muy amables conmigo, supongo porque era la única mujer sentada en su mesa. Hubo uno en particular, Nikola, cuya mirada sonrojó mi rostro. Es a él a quien le debo toda esta historia.

El violinista serbio, como me gustaba decirle en mis sueños despierta para darle un toque más romántico a lo nuestro, se ideó una rutina nueva al llegar a los ensayos solo para verme, caminaba el doble de lo que normalmente caminaba para llegar a su estación, y yo practicaba y fingía no ver que pasaba frente a mí. Nos saludábamos tímidamente en días intermitentes, y yo imaginaba situaciones entre nosotros, conversaciones, citas en un parque o un café. Me imaginé sus manos en mi cintura, el olor de su respiración, la textura de sus labios... Pero nada de eso estuvo cerca de la realidad. En la concreción de la cercanía todo estuvo mejor, todo tuvo un sabor dulce con ácido... de esos que hacen agua la boca.

La primera vez que nos vimos fuera del circo fue en un tren yendo a un pueblo cercano a Barcelona, yo quise ir a conocerlo y no sé si casualmente él también, pero ahí lo encontré en el primer vagón, sentado en uno de las mesas, con la luz del día cruzándose en su pelo negro y haciéndolo ver más claro, con sus ojos oscuros y su escencia de músico sabio. Me senté junto a él y pasamos todo el viaje conversando de todo lo que los 45 minutos nos dieron oportunidad de hablar. Paseamos por Cadaqués, aprendimos sobre Dalí y nos tomamos un par de fotografías, tímidos. Regresamos a la ciudad y empezamos a compartir cada momento libre que encontrábamos juntos.

Me enseñó algunas palabras en serbio y yo él algo de polaco, hablamos juntos en francés y por la calle aprendimos un poco de español. Aprendí sobre música y él sobre las capacidades del cuerpo para volar sin alas. Mi cintura estuvo entre sus manos y su pelo entre mis dedos. Nos volvimos realistas y discutimos, nos gritamos con toda la fuerza que nos proporcionó nuestros pulmones. Y nos volvimos a hablar con cariño, nos hicimos promesas e ideamos escenarios en los que pudiéramos estar juntos.

El fin de la gira estaba por llegar y las promesas se convirtieron en preguntas. Él debía ir a otra ciudad, yo debía quedarme un tiempo más en Barcelona. De nuevo, fuimos realistas y discutimos, nos gritamos con toda la fuerza que nos proporcionó nuestros pulmones. Llegó la noche anterior a su partida y, sin notarlo, nos hablamos con cariño.

Me quedé pensando en lo que pudo haber sido. Él me espera, mantiene sus promesas... y yo conservo mis preguntas. Recibo sus cartas y suspiro, pensamos uno en el otro todos los días. De todo lo sucedido me queda una pofunda satisfacción, una eterna alegría, viví un romance de cuento, con bailarines, luces, música, colores, acróbatas y un músico... el romántico violinista.

jueves, 13 de enero de 2011

La (no) loca de mierda.

¿Saben qué se me hace jodidamente difícil? Hablar concientemente sola. Es un peo.

Una cosa es ir manejando y que se atraviese alguien inesperadamente y diga: "¡Coooño, pana, ¿tú no ves?", o que haya olvidado algo en casa y lo recuerde cruzando la calle mientras me llevo una mano a la frente: "¡Veeerg... el paraguas!". Y así me puedo pasar la vida hablando sola accidentalmente. Pero cuando se trata de querer jugar a la intensa que imita a La loca de mierda... no me sale.

Quiero dármelas de la graciosa, pero no lo soy, me sale falso. Quiero hacer videos para expresar críticas a la sociedad, para contar anécdotas o hablar de mi psicosis controlada... y no me sale. Quiero hacer videos para juntarlos con los de Claudia y seguirnos divirtiendo en la distancia... pero no, no tengo madera de habladorasolafrentealacámara. Y ni siquiera con una cámara... es que hoy en mi cuarto quise hablar sola sobre algo que me está martillando la cabeza y no pude, me siento falsa e inventada.

Será mejor seguir escribiendo, re-retomar el hábito... que aunque nadie me lea, yo me entretengo.

La dicha

Cuando la vida quiere mandarme hadas benévolas... lo hace.

Aquí estaba yo, sentada frente a mi computadora redactando el proyecto de tesis y justo en el apartado donde debo detallar las técnicas de investigación que utilizaré para mi trabajo me di cuenta de que había olvidado los nombres de las mismas, y que además debía definirlas, así que si las recordaba o no por nombre, debía recurrir a algún manual.

Recordé una materia que vi en 2do semestre que se llama Técnicas de investigación documental y me dije: "Maldición, dónde estará ese cuaderno? yo todo eso lo doné a la escuela... qué mala vaina, por qué lo hice?".

Me fui a mi biblioteca y por no dejar quise empezar a revisar. Primer cuaderno: Técnicas de investigación documental. "YES!!!!"