martes, 30 de diciembre de 2008

Por fin llega el día. Todo está listo. Hora de abordar. Todos los pasajeros llevan - por lo menos- un par de maletas... yo llevo una (pequeña). Al momento de pesarla era muy liviana, tanto que quien se encargaba de hacerlo me preguntó si realmente llevaba lo necesario, y en ese instante vino a mi mente todo lo que había dejado. Pregunté si aún estaba a tiempo de pedirle a alguien que me trajera lo que faltaba... y sólo quedaban 30 minutos para que el avión despegara. Se escuchaba un rumor en el aire, una voz computarizada que repetía una y otra vez que ESE era el último llamado... y yo buscaba y buscaba dentro de mis cosas a ver si encontraba algo que pudiera cubrirme del frío en mi lugar de destino. Llamé por teléfono y justo al escuchar la voz de mi madre apareció, como si todo se tratara de un acto de magia, mi clóset repleto de cosas, ahí las vi de primeras, mis botas, mis botas negras. Empaqué a la carrera todo lo que pude, finalmente había encontrado lo que temía tanto dejar... mi protección del frío.

Partí, supongo... y no supe más de mi, no supe más del frío.

1 comentario:

un escaparate dijo...

se me olvidó la fecha de tu fiesta de despedida dani!

pasate por mi blog, es shevere